Obsolescencia Programada

Es probable que no te encuentres demasiado familiarizado con este término, aunque seguramente seas uno más de los millones de consumidores que han sufrido alguna vez sus efectos.
En la sociedad en la que vivimos, en la cual el consumo constituye una parte fundamental, no es de extrañar que muchas empresas pongan en marcha ciertas “estrategias” de dudosa validez ética y moral con el único fin de obtener beneficios económicos.
Estamos hablando de la denominada obsolescencia programada, la cual hace referencia al progresivo acortamiento de la vida de un producto con el fin de convertirlo en un objeto de casi “usar y tirar”, con el consiguiente gasto por parte del afectado al tener que comprar otro.
La operación es simple. Basta con la inclusión de pequeñas piezas defectuosas en nuestros ordenadores, lavadoras o televisores, de manera que éstos no tardan demasiado en dar problemas. Así, además de ahorrar material, logran que nos veamos en la necesidad de reparar el daño, con la consiguiente sorpresa que nos llevamos al conocer el precio del arreglo.
Siempre acabamos comprando otro. Y eso es precisamente lo que se busca, que cada vez nos duren menos nuestros aparatos o utensilios para así tener que gastar más y más.
Ejemplos como este no hacen más que poner de manifiesto las enormes ansias de poder y de riqueza que podemos llegar a tener muchas veces los humanos. Y la pregunta quizá sea: ¿si estas cosas ocurren con los llamados “artículos de lujo”, que no ocurrirá con los alimentos o las medicinas? ¿Acaso tú entiendes algo de su composición? Yo desde luego, muy poco.
También se le denomina obsolescencia programada  u obsolescencia planificada a la determinación, la planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que —tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa de servicios durante la fase de diseño de dicho producto o servicio— éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
Se considera que el origen de la obsolescencia programada se remonta a 1932, cuando Bernard London proponía terminar con la gran depresión a través de la obsolescencia planificada y obligada por ley (aunque nunca se llevase a cabo). Sin embargo, el término fue popularizado por primera vez en 1954 por Brooks Stevens, diseñador industrial estadounidense. Stevens tenía previsto dar una charla en una conferencia de publicidad en Minneapolis en 1954. Sin pensarlo mucho, utilizó el término como título para su charla.





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